Efectos de la repetición
Me ocurrió por primera vez con Amelie Poulain: a la salida del cine, me propuse comprar el DVD en cuanto saliese a la venta, y entonces, abandonar el trabajo, encerrarme en casa, y perder la razón de tanto ver la película, cuantos miles de veces hiciesen falta, para perder pie, dejar de distinguir los límites de la realidad, y olvidar que Amelie era apenas un personaje de ficción. No lo hice, al final, y hoy puedo contarlo.
Durante varios meses de 2006, no obstante, hice por fin el experimento con un material más inofensivo en apariencia: vi el capítulo de Barrio Sésamo titulado “La hora silenciosa” entre tres y ocho veces al día, sin faltar uno solo, con la excusa de hacerle compañía a mi hija de un año. Aún estoy evaluando las consecuencias de esas sesiones sobre mi personalidad y sobre mi salud mental. Por el momento sólo soy consciente del extraño respeto que siento por el pollo gigante llamado Paco Pico, al que seguiría a la muerte sin dudarlo si liderase una batalla.
Me preocupa más, de todas formas, cómo le puede afectar a mi hija su reciente pasión por la cantante evangélica Aline Barros, esa que, para comenzar, aparece atrapada en una piruleta gigante, y a la que poco después vemos bailando en la playa bajo un sol de justicia cubierta con capas y capas de ropas multicolores.
Reconozco que tiene canciones muy pegadizas y hasta de calidad. Una de ellas creo que es un homenje a “Money”, de Pink Floyd, porque también se escucha constantemente el ruidillo de una caja registradora. Es la canción de la viudita, una mujer que, aunque tiene muy poco, siempre deja algunas monedas en la iglesia, hasta que Dios acaba premiándola con varios millones. Lo que no me gusta de esta canción es que puede llevar a pensar que las cajas de ofrendas de las iglesias protestantes tienen lucecitas parpadeantes con frutas y otras figuras, y además puede reforzar el prejuicio tan extendido de que los líderes evangélicos sólo visan el lucro.
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