Blogia
cuaderno de religión

Evangélicos

Nueva Vida

Nueva Vida

El suelo caliente parece vivo, parece que respira, y que las aceras suben y bajan siguiendo el ritmo de esta respiración. El interminable mosaico de piedra portuguesa recuerda la piel escamosa de una lagartija infinita sobre la que vivimos y construimos nuestras inestables casas. Una lagartija sudorosa. La principal función de los barrenderos es cepillar diariamente el lomo de este enorme animal. Y si no es una lagartija, entonces la calle es una inmensa fruta que está reventando por todas partes de tan madura, y que por sus grietas suelta un intenso aroma dulzón, al filo de la podredumbre. ¡Dios mío! ¿Qué especie de patata insensata y descomunal, que sólo podría darse en Brasil, crece por debajo de nuestros pies, combando nuestras vidas?

Así lo resuelvo yo: con literatura. Paseo por las calles de Botafogo, ya de tarde, entre hileras de edificios desiguales como gráficos de barras, por estas aceras que son el infierno de los ciegos: resquebrajadas, con sus pequeñas lomas y valles, con sus frecuentes obstáculos absurdos, con sus charcos y sus mierdas, pisoteadas o enteritas. Haría falta una tropa de 75.000 muchachas como ésta que acabo de cruzarme para mejorar el olor de Río de Janeiro. Después de todo un día de sol, multitud de rincones calientes liberan sus olores de basura y orines. En la mayoría de las calles, sin paisaje (sin monte, sin mar y sin cielo), la fealdad no parece tener salvación ni escapatoria. Lo mejor es ir en coche, de lujo, si es posible, porque yendo a pie, como si estuviésemos hechos de papel secante, la mugre y la dejadez nos va ascendiendo por los huesos y se acaba amalgamando con el alma. ¿O será al revés? ¿Que el revoltijo y la desidia que hay en el espíritu de los hombres se acaba reflejando en el lugar donde se vive?

Sea como sea, el hecho es hay muchas, muchísimas vidas igual de caóticas que la ciudad; infinidad de personas que, más que vivir, lo que hacen es despeñarse, cada vez más rápido. Caen como anclas, arrastrando una cadena de errores que no deja de crecer. A muchos les angustia, o incluso les aterra, la vorágine en que viven, y tienen sueños de orden, equilibrio y líneas rectas. Quieren ayuda para sujetar el loco timón de sus vidas, quieren reglas y disciplina, quieren algo parecido a una figura paterna autoritaria, quieren menos libertad. Quieren también tener éxito en la vida, en lo material y en lo personal, pero esta vez de manera honesta, a través del esfuerzo y del trabajo.

Quienes dan el primer paso más allá de las buenas intenciones, suelen ingresar en alguna iglesia evangélica, cuanto más estricta y conservadora, mejor. Muchas se llaman “Nueva Vida” o “Vida Nueva”. El objetivo, de alguna manera, es regenerarse, “limpiarse” de toda la vida pasada, para lo que se hace necesario un control constante sobre el tiempo de los fieles; incluso, o especialmente, sobre el tiempo libre, que se ocupa con reuniones o con programas de la televisión de la iglesia.

Decía hace unos días Juan Arias en El País que, todos los años, un millón de católicos se pasan a las filas de las numerosas iglesias protestantes de Brasil. Evidentemente, si todos los brasileños nacen católicos, cuando lo que buscan es un cambio, o incluso una revolución ética, vuelven la vista hacia otras propuestas que consideran menos laxas.

Al final resulta que la corrupción alcanza hasta esa alta bandera de honestidad que enarbolan los protestantes, y que en los colectivos evangélicos, como en todas partes, también abundan las personas indeseables. Pero, a pesar de los constantes ataques contra la imagen de estas iglesias publicados en los grandes periódicos brasileños, el mito de la limpidez pervive en la imaginación del pueblo, así como la esperanza en los cambios prodigiosos que corroboran a diario los medios protestantes.

Por eso, cuando, al atardecer, caminando por una acera cochambrosa, he pasado frente a las puertas abiertas de una pequeña iglesia evangélica, que con luz blanca y con canciones planteaba una alternativa a los motores y a la suciedad de la calle, he sentido algo más que respeto por las cabezas silenciosas que había allí dentro. Todos ellos, a pesar de todo, seguían creyendo que es posible mejorar. Eran cabezas idealistas, y decididas a la acción.

El creacionismo

 

Resulta que el primer texto sobre religión que me ha salido al paso, me ha aparecido en mi buzón de correo electrónico al regreso del carnaval (ahora me doy cuenta de la coincidencia: comienzo mis andaduras junto con la cuaresma). Se trata una entrevista de Der Spiegel al filósofo Daniel Dennett sobre el creacionismo traducida al español para la revista electrónica “Sin permiso”.

Me entero así de que el creacionismo no es sólo ese movimiento literario que escribía poemas distribuyendo los versos de tal manera que representasen figuras como ruedas o pirámides. En el terreno de lo religioso, se llama creacionismo a la creencia de que el universo fue creado o diseñado, así como todos los seres vivos. Los defensores del creacionismo sostienen que el libro del Génesis relata las cosas tal y como ocurrieron, inclusive la creación del hombre a partir del barro.

Pensaba que estas ideas ya habían sido abandonadas, y que casos como el de mi antiguo profesor de matemáticas, que decía aquello de “del mono descenderás tú”, eran excepcionales. Según creía, hasta la Iglesia había terminado asumiendo la evolución darwiniana, y había pasado a interpretar el Génesis de manera más flexible y simbólica. Esto es verdad, pero por lo visto, en Estados Unidos, las religiones cristianas evangélicas mantienen la literalidad de la Biblia, desde el Génesis al Apocalipsis. Se dice también que los evangélicos se han vinculado con la derecha política, y que están a punto de introducir el creacionismo en los programas escolares bajo el nombre de “Diseño inteligente”.

Tanto Daniel  Dennett como el entrevistador se muestran muy distantes y críticos con lo que está sucediendo en EE.UU. Por lo demás, Dennet habla desde un ateísmo combatiente mientras que el entrevistador quiere matizar y busca virtudes en la religión.

Lo que más me ha llamado la atención es que se presente la creación como la piedra de toque de las religiones. No habiendo creación o diseño, se dice, las religiones pierden toda legitimidad frente a otras maneras de organizarse socialmente, así como la vida en general pierde cualquier sentido trascendente.

Creo intuir en el trasfondo de las palabras del filósofo la idea de que las creencias religiosas son una forma de pensamiento primitiva que sólo muy poco a poco podrá ser superada. Dennet se consideraría un adalid, estaría en la vanguardia del conocimiento, abriendo caminos para la humanidad. Vamos, que ser religioso es carca, y los religiosos son personas de no mucho alcance intelectual, poco sofisticadas y de ideas de derecha.

Efectos de la repetición

Efectos de la repetición

Me ocurrió por primera vez con Amelie Poulain: a la salida del cine, me propuse comprar el DVD en cuanto saliese a la venta, y entonces, abandonar el trabajo, encerrarme en casa, y perder la razón de tanto ver la película, cuantos miles de veces hiciesen falta, para perder pie, dejar de distinguir los límites de la realidad, y olvidar que Amelie era apenas un personaje de ficción. No lo hice, al final, y hoy puedo contarlo.

Durante varios meses de 2006, no obstante, hice por fin el experimento con un material más inofensivo en apariencia: vi el capítulo de Barrio Sésamo titulado “La hora silenciosa” entre tres y ocho veces al día, sin faltar uno solo, con la excusa de hacerle compañía a mi hija de un año. Aún estoy evaluando las consecuencias de esas sesiones sobre mi personalidad y sobre mi salud mental. Por el momento sólo soy consciente del extraño respeto que siento por el pollo gigante llamado Paco Pico, al que seguiría a la muerte sin dudarlo si liderase una batalla.

Me preocupa más, de todas formas, cómo le puede afectar a mi hija su reciente pasión por la cantante evangélica Aline Barros, esa que, para comenzar, aparece atrapada en una piruleta gigante, y a la que poco después vemos bailando en la playa bajo un sol de justicia cubierta con capas y capas de ropas multicolores.

Reconozco que tiene canciones muy pegadizas y hasta de calidad. Una de ellas creo que es un homenje a “Money”, de Pink Floyd, porque también se escucha constantemente el ruidillo de una caja registradora. Es la canción de la viudita, una mujer que, aunque tiene muy poco, siempre deja algunas monedas en la iglesia, hasta que Dios acaba premiándola con varios millones. Lo que no me gusta de esta canción es que puede llevar a pensar que las cajas de ofrendas de las iglesias protestantes tienen lucecitas parpadeantes con frutas y otras figuras, y además puede reforzar el prejuicio tan extendido de que los líderes evangélicos sólo visan el lucro.

 

Evangélicos I

El brasileño pobre y humillado, dispone de dos vías principales de llevar una vida que pueda considerar admirable, y trascendente: la religión fundamentalista de los evangélicos, y la vida peligrosa y extrema de los bandidos.

La dignidad es una necesidad básica. Más de lo que se pensaba.