Los nuevos templos
Durante siglos, las catedrales fueron las construcciones más ambiciosas y magníficas levantadas en Europa. No era posible distinguir con exactitud dónde acababa el homenaje a Dios y dónde comenzaba la demostración de grandeza de una ciudad. En la Europa de nuestros días, las obras arquitectónicas más representativas, las que aparecerán en los libros de Historia del Arte dentro de trescientos años, parecen estar relacionadas con las comunicaciones y el transporte: puentes, estaciones y aeropuertos. Sobre todo aeropuertos.
Estas catedrales de nuestro tiempo son, por un lado, un poderoso símbolo del laicismo y el pragmatismo imperantes. Por otra parte, se da la paradoja de que estos imponentes espacios arquitectónicos, al tiempo que consagran el tránsito, el desplazamiento y el intercambio, se están conviertiendo en símbolos nacionales que remarcan las fronteras y parecen decir: "Aquí empieza un gran país". En definitiva, hoy, los aeropuertos europeos, que son los recibidores, los vestíbulos de los países, han asumido esa función de mostrar el poderío de los estados.
Sucede, sin embargo, que los europeos laicos o agnósticos envejecen rápido y apenas tienen hijos, esto es, se extinguen, mientras que por las fronteras del Viejo Continente no dejan de filtrarse seres humanos de todos los colores, todas las culturas y todas las religiones. Como no cabe duda de que las escuelas públicas no lograrán limpiarles la religión a las nuevas masas de niños multicolores y multiculturales, se deduce que, en pocas generaciones, en todos los ámbitos de la sociedad habrá una fuerte presencia de seres religiosos.
Dentro de trescientos años, por tanto, ya se habrán levantado nuevos templos por toda Europa, y los turistas acudirán de propio a los antiguos aeropuertos para sacarse fotos y conocer en persona las construcciones más representativas y elocuentes de este principio del siglo XXI.
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