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cuaderno de religión

Jaque a los infieles

Jaque a los infieles

Las dos estatuas más populares de América (la Estatua de la Libertad en el hemisferio norte, y el Cristo del Corcovado, al sur) presentan toda una serie de curiosos paralelismos e interconexiones que sugieren que, al menos al erigir la escultura de Río de Janeiro, inaugurada en 1931, se tuvo bastante presente a su prima del norte, casi cincuenta años mayor, lo que en realidad es muy poco en el mundo de las estatuas: sería como dos primas de carne y hueso que se llevaran dos o tres años. Hasta se parecen un poco de cara, las dos igual de inexpresivas.

Para la gran estatua norteamericana se volvió la mirada a la antigüedad clásica para darle figura humana a un símbolo laico, republicano, ilustrado, o, como mucho, protestante o masón. Sea como fuere, esta gran estatua colocada a las puertas de Estados Unidos, junto a su principal puerto, daba la bienvenida a una tierra marcada de esta manera como no católica. "Roma no tiene influencia sobre este nuevo mundo", dice con su severa mirada la Estatua de la Libertad.

La Iglesia Católica centró entonces sus esfuerzos en aproximarse al poder de la que se creía la potencia mundial emergente de América del Sur, y culminó el proceso con los acuerdos de la época de Getulio, comenzando con marcar católicamente a la totalidad del país colocando esa gran estatua en la cumbre del Corcovado. Jaque a los infieles.

El Cristo sería el mascarón de proa de Brasil. La alta cara blanca que verían los extranjeros desde muy lejos. Sólo que bajo los pies del Cristo se extendía un denso bosque tropical, por el que pululaban sin descanso divinidades mucho más antiguas...

Martirio de género

Lamento no recordar quién escribió que el ascenso de los fundamentalismos religiosos en todo el mundo (sobre todo islámicos y cristianos) había coincidido con el fin de las utopías de izquierda, con la aceptación del liberalismo económico como inevitable. Otra persona  (¡ay!) dijo en otra ocasión que los movimientos religiosos eran hoy en día las únicas alternativas que se estaban proponiendo con firmeza contra la globalización de la economía y la cultura occidental. Serían una defensa, una resistencia. Cuentan con la simpatía que siempre despierta el luchador más débil, y con el apoyo de todos los que van a la contra. En Irak están estallando hombres bomba provenientes de multitud de países árabes... y no árabes. No se puede ocultar que esto recuerda a los voluntarios que fueron a defender la República española en las brigadas internacionales. Los mártires, además, provocan una perplejidad rayana con la admiración, y sus muertes tienen una formidable capacidad de multiplicar los adeptos. Así ocurrió con los cristianos primitivos y ocurre hoy con los kamikazes de Irak. Si bien los cristianos que cantaban en la arena del circo recuerdan más a los bonzos pacifistas que ardían en la guerra de Vietnam, y los hombres bomba que estallan en los mercados atiborrados se parecen sobre todo a estos padres que, con absoluta premeditación, acuchillan a toda su familia y luego se suicidan. ¿No es acaso el suicidio lo que impresiona tanto? ¿El dar la propia vida por una causa, que así se demuestra poderosa y válida ante el mundo? ¿Y no habrá algo de esto para complicar el asunto de la irrefrenable violencia de género que sufre España? Es decir, los maridos que matan a sus mujeres y se suicidan a continuación, ¿no dejan en el aire el mismo mensaje de que la venganza es algo más importante que la propia vida, algo por lo que merece la pena morir? ¿Y no son entendidos de alguna manera por otros hombres como los verdaderos mártires de la violencia de género, ganando multitud de adeptos para la causa del asesinato pasional por toda la geografía española? ¿No estará levantando la prensa un espantoso santoral invertido, subiendo todas las semanas a los altares de la rabia a estos “modélicos” suicidas?

Jano

Jano

Me di cuenta enseñando los nombres de los meses a mis alumnos de español: septiembre, octubre, noviembre y diciembre, parecían esconder los números "siete", "ocho", "nueve" y "diez". Voy a confirmarlo en el diccionario de la Real Academia... Así es. Por ejemplo, "diciembre" viene de "decem", esto es, "diez" en latín. Por lo tanto, el nombre de nuestro duodécimo mes hizo en su día referencia al mes que iba en décimo lugar. Consecuentemente, en esa época, el primer mes del año sería marzo, algo que parece bien oportuno, pues es en marzo cuando llega la primavera al hemisferio norte reiniciando el ciclo de la vida. Es el mes en el que todo nace, o al menos cuando brotan las espigas y las hojas, de manera que puede deducirse que aquel primitivo calendario servía a civilizaciones eminentemente agrícolas. Entonces, ¿por qué hoy empezamos el año el uno de enero?

Intuyendo en esta cuestión un motor religioso y un tema oportuno para inaugurar el año y estrenar este blog, he curioseado un poco en Internet y he terminado leyendo un buen artículo de Jordi Vilà i Hueso (http://www.astro-digital.com/6/calendario.html) que, si bien no menciona fuentes, parece serio y no presenta las incoherencias internas que he encontrado en los artículos sobre este asunto de la Wikipedia.

Resulta que la medida del tiempo ha estado vinculada a la religión durante milenios, y a pesar de la exactitud aportada por la ciencia, y del laicismo derivado de la Ilustración, aún hoy empleamos convenciones para jalonar el tiempo que tienen sus raíces en la relación entre el ser humano y los dioses más antiguos.

Resumiendo, el actual calendario gregoriano (vigente desde 1582 y creado originalmente para evitar desajustes en el calendario litúrgico) apenas perfecciona el calendario juliano, que fue el que, en el 46 a.C., fijó el inicio del año en el mes de enero. Todo apunta a que se quiso dar más importancia al solsticio de invierno (y a la fiesta del "Sol Invictus") que al equinoccio de primavera. El año comenzaría cuando el sol dejaba de retroceder ante las tinieblas y retomaba la conquista de las horas del día. Se daba protagonismo al sol (vinculado a los dioses masculinos, celestes o uranianos, y legisladores, como Júpiter) y se restaba a las diosas femeninas de la fertilidad, la agricultura y el instinto. Coincidentemente, esta reforma en el calendario se produjo en un momento de la historia de Roma en el que el sistema republicano derivaba hacia la concentración del poder propia del Imperio.

Puesto que, ya hacia el siglo IV, la fiesta pagana del solsticio de invierno había sido reemplazada por la Navidad cristiana, el calendario gregoriano apenas introdujo unas pocas novedades "técnicas", sin trasfondo ideológico, para minimizar los desfases, respetando en todo lo demás el calendario juliano, inclusive los nombres de los meses, aunque muchos de ellos eran abiertos homenajes a importantes dioses romanos.

El mes de enero fue una novedad del calendario juliano, y fue dedicado a Jano, el dios de las puertas, con dos caras, una que mira al futuro y otra al pasado, protector de los principios y de los tránsitos.

La imagen de este dios parece también un consejo sin palabras: ahora que comienza el año, no quedarse bloqueado en el umbral, con una sola cara que mira hacia atrás, ni lanzarse a embestir el futuro con una sola cara hacia delante, negándose a recordar, sino ponerse en marcha sin grandes prisas, con una cara hacia delante que proyecta, y otra hacia atrás que revisa y analiza.

Pero, más que eso, la imagen de Jano resulta especialmente enigmática, como si no supiéramos en qué dirección va a echarse a andar, como si fuese en realidad un dios gallego, como si no supiéramos con qué boca va a ponerse a hablar, ni a quién está efectivamente mirando. Y este es el sabroso desconcierto que provoca el futuro cuando es abierto, cuando aún no está perfectamente definido, cuando comenzamos un año maravillosa y aterradoramente en blanco.

Que Jano nos sea propicios.