Jano
Me di cuenta enseñando los nombres de los meses a mis alumnos de español: septiembre, octubre, noviembre y diciembre, parecían esconder los números "siete", "ocho", "nueve" y "diez". Voy a confirmarlo en el diccionario de la Real Academia... Así es. Por ejemplo, "diciembre" viene de "decem", esto es, "diez" en latín. Por lo tanto, el nombre de nuestro duodécimo mes hizo en su día referencia al mes que iba en décimo lugar. Consecuentemente, en esa época, el primer mes del año sería marzo, algo que parece bien oportuno, pues es en marzo cuando llega la primavera al hemisferio norte reiniciando el ciclo de la vida. Es el mes en el que todo nace, o al menos cuando brotan las espigas y las hojas, de manera que puede deducirse que aquel primitivo calendario servía a civilizaciones eminentemente agrícolas. Entonces, ¿por qué hoy empezamos el año el uno de enero?
Intuyendo en esta cuestión un motor religioso y un tema oportuno para inaugurar el año y estrenar este blog, he curioseado un poco en Internet y he terminado leyendo un buen artículo de Jordi Vilà i Hueso (http://www.astro-digital.com/6/calendario.html) que, si bien no menciona fuentes, parece serio y no presenta las incoherencias internas que he encontrado en los artículos sobre este asunto de la Wikipedia.
Resulta que la medida del tiempo ha estado vinculada a la religión durante milenios, y a pesar de la exactitud aportada por la ciencia, y del laicismo derivado de la Ilustración, aún hoy empleamos convenciones para jalonar el tiempo que tienen sus raíces en la relación entre el ser humano y los dioses más antiguos.
Resumiendo, el actual calendario gregoriano (vigente desde 1582 y creado originalmente para evitar desajustes en el calendario litúrgico) apenas perfecciona el calendario juliano, que fue el que, en el 46 a.C., fijó el inicio del año en el mes de enero. Todo apunta a que se quiso dar más importancia al solsticio de invierno (y a la fiesta del "Sol Invictus") que al equinoccio de primavera. El año comenzaría cuando el sol dejaba de retroceder ante las tinieblas y retomaba la conquista de las horas del día. Se daba protagonismo al sol (vinculado a los dioses masculinos, celestes o uranianos, y legisladores, como Júpiter) y se restaba a las diosas femeninas de la fertilidad, la agricultura y el instinto. Coincidentemente, esta reforma en el calendario se produjo en un momento de la historia de Roma en el que el sistema republicano derivaba hacia la concentración del poder propia del Imperio.
Puesto que, ya hacia el siglo IV, la fiesta pagana del solsticio de invierno había sido reemplazada por la Navidad cristiana, el calendario gregoriano apenas introdujo unas pocas novedades "técnicas", sin trasfondo ideológico, para minimizar los desfases, respetando en todo lo demás el calendario juliano, inclusive los nombres de los meses, aunque muchos de ellos eran abiertos homenajes a importantes dioses romanos.
El mes de enero fue una novedad del calendario juliano, y fue dedicado a Jano, el dios de las puertas, con dos caras, una que mira al futuro y otra al pasado, protector de los principios y de los tránsitos.
La imagen de este dios parece también un consejo sin palabras: ahora que comienza el año, no quedarse bloqueado en el umbral, con una sola cara que mira hacia atrás, ni lanzarse a embestir el futuro con una sola cara hacia delante, negándose a recordar, sino ponerse en marcha sin grandes prisas, con una cara hacia delante que proyecta, y otra hacia atrás que revisa y analiza.
Pero, más que eso, la imagen de Jano resulta especialmente enigmática, como si no supiéramos en qué dirección va a echarse a andar, como si fuese en realidad un dios gallego, como si no supiéramos con qué boca va a ponerse a hablar, ni a quién está efectivamente mirando. Y este es el sabroso desconcierto que provoca el futuro cuando es abierto, cuando aún no está perfectamente definido, cuando comenzamos un año maravillosa y aterradoramente en blanco.
Que Jano nos sea propicios.
1 comentario
creditos -
Si toda religión tiene sus fundamentalistas -cosa muy discutible-, también el laicismo tiene los suyos.
En España están bien representados por la CEAPA (confederación laica de padres de alumnos) que cuando oyen hablar de religión en la escuela desenfundan. Han estado en pie de guerra ante la creación en el currículo en el que se contemple el "hecho religioso" en dos modalidades alternativas, a elección de los padres: la clásica asignatura de Religión o bien un estudio no confesional del hecho religioso.
Cualquiera diría que hoy existe una presión religiosa en la escuela, cuando lo que destaca a todas luces es el desconocimiento religioso, incluso entre alumnos que han estudiado religión.
Y ahora que en España hay mayor presencia de otras religiones no cristianas es necesario que todos sepamos algo más del hecho religioso. Tal vez la CEAPA piensa que la ignorancia favorece la tolerancia. Pero más bien, la ignorancia, suele ser el caldo de cultivo del recelo y del enfrentamiento.
Carlos Menéndez
http://www.creditomagazine.es