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cuaderno de religión

La verdad revelada

Intenta decir algo que sea verdad... Algo que no te ofrezca ninguna duda, que puedas asegurar con total firmeza que es verdadero...
Entre la maleza de mentiras por la que nos movemos resulta muy difícil reconocer una verdad. Tal vez la verdad tiene exactamente la misma apariencia de una mentira; no resplandece particularmente. Tal vez se mimetiza con las mentiras para protegerse...
La verdad es difícil.
“Yo soy el camino, la verdad, y la vida”, dijo Jesucristo.
Se trata de un atajo formidable hacia la verdad, la religión. Un hombre nos dice que le ha sido revelada la verdad por alguna entidad ultraterrena: un ángel, un espíritu, un demonio, un dios.
Muchos hombres nos dicen que la verdad les ha sido revelada, y estamos ante una situación problemática, porque las verdades reveladas son muchas, y difieren entre sí.
La solución suele ser atribuir la cualidad de verdadera a una sola de las verdades reveladas, y negar como falsas todas las demás. Perseguirlas y exterminarlas, si es posible.
Eso ha ocurrido siempre, y ocurre todavía hoy: las verdades reveladas no pueden coexistir, ni pueden tolerarse. Semejante cosa las vaciaría, las anularía.
Esta es la solución mayoritaria, todavía hoy. Aunque no se trate de una solución. Echarse en brazos de la religión. Pero, ¿cómo argumentar y defender que una de las verdades reveladas es la auténtica y todas las demás son falsas? ¿Cuál es la piedra de toque de la verdadera religión?
Cualquier argumento en este sentido, por muy complejo e intelectualizado que sea, solo puede apoyarse en una fe ciega, irracional.
Durante un tiempo se creyó en el evolucionismo de las religiones; que el progreso afectaba también a esta parcela de la realidad humana. Esta explicación de que lo más reciente es lo mejor convino durante cierto tiempo a las conciencias cristianas. Pero el islamismo es posterior al cristianismo. Pero la umbanda es la religión más nueva de Brasil, y ni siquiera es monoteísta.
La solución minoritaria es la del ecumenismo. No la destrucción, sino el respeto. La conciencia de que es posible que la verdad sea aquello que comparten todas las religiones.
Ahora bien, esto implica aceptar que las religiones son fenómenos abrumadoramente folclóricos, huecos, impuros, contingentes; realidades-cebolla, todo envoltorio, todo ropajes y capas superfluas que esconden en alguna parte la única y diminuta gran verdad.
O bien puede decirse (la versión positiva) que las religiones son múltiples, variadísimos caminos hacia la verdad, todos válidos. Caminos a veces terribles, e infestados de mentiras, pero caminos todos hacia la verdad.
Las verdades reveladas, por tanto, no son verdades, sino caminos, procedimientos, parábolas.
La meta es siempre la misma. Lo que todas las religiones que existen y han existido tienen en común, dice Mircea Elíade, es el sentimiento de lo sagrado. Como todo sentimiento, es algo esencialmente incomunicable. Tan solo entiende lo sagrado quien ha sentido lo sagrado.
Pero esta verdad, esta meta, no le interesa a nadie, ni siquiera a los fieles.
Para los creyentes resultan mucho más prácticas las verdades reveladas, los caminos, que las metas. El fiel no quiere saber qué hay al final del camino, sino cuál ha de ser su próximo paso.
De esta manera, las religiones relegan su esencia, la vinculación con lo sagrado, y se centran en la ética, en la regulación de la vida.
Las verdades reveladas dicen conocer cuál es el mejor y el único camino hacia lo sagrado.
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”, dijo Jesucristo.
Pero nos encontramos ante una situación problemática, pues las distintas verdades reveladas proponen recetas éticas que no coinciden.
Actuar para agradar a los dioses es problemático, pues hay tantos dioses, y con querencias tan diversas... Siempre habrá alguno descontento. El ascetismo no es del gusto de los dioses del placer, y nunca ha sido del gusto de ningún papa.
En Brasil hay una continua deserción de las filas del catolicismo a las de los evangélicos.
No se cambia de meta, ni de dios: se cambia apenas de camino.
Nacen católicos, y en algún momento eligen ser evangélicos.
La pregunta fundamental es por qué tantas personas creen que el camino evangélico es mejor que el camino católico.
Han nacido católicos, y no les ha ido bien. Les ha ido mal. No tiene ningún mérito nacer católico. Para ganarse el aprecio de Dios tal vez sea necesario hacer un esfuerzo suplementario, seguir reglas más severas, convertirse trágicamente a una vida más heroica y pura.
El deseo de cambio, de un cambio formidable, superior a las fuerzas de seres humanos comunes, solo se efectiva de forma milagrosa, mediante una conversión agónica que supone un renacimiento.
El que renace como otra persona, con verdadera fe, establecerá en su vida una férrea y sacrificada disciplina que endereza su vida: deja el alcohol, consigue un trabajo, y consigue mantenerlo, paga sus deudas, puede ahorrar y adquirir, mejora su alimentación y su salud, se gana el respeto de la comunidad y de sus hijos... Esto es prueba evidente de que Dios está recompensando el camino tomado, que es el correcto. La verdad revelada evangélica funciona para mucha gente.
Para quien no funciona, lo que ocurre es que la conversión no fue lo bastante sincera. Siempre puede intentarlo de nuevo, o perecer.
La religión aumenta enormemente la esperanza de vida. Y no apenas en este mundo.
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”, dijo Jesucristo.

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