Supersticiones
Las supersticiones arrastran mala fama desde el siglo XVIII, el siglo de las luces, el siglo de la razón. Son bien conocidos los esfuerzos de los intelectuales ilustrados, como el padre Feijoo, por combatir la irracionalidad que entrañaba la superstición.
Sin embargo, con la reacción del Romanticismo (que se prolonga hasta nuestros días) lo irracional se convirtió en un valor en alza. La intuición volvía a ser una fuente válida de conocimiento. Las religiones y las supersticiones sobrevivieron hasta nuestros días, e incluso puede decirse que en los primeros años del siglo XXI han ganado protagonismo histórico encabezadas por los beligerantes fundamentalismos.
La superstición es, en resumidas cuentas, atribuir una causa no local a un fenómeno concreto. Cuanta más distancia y desconexión exista entre la causa y el fenómeno observado, más claro nos parece que estamos ante una superstición. "Matar una araña provoca lluvia", o "Una cuchara que se cae anuncia la llegada inminente de una mujer", son dos ejemplos de supersticiones populares brasileñas.
Por supuesto, el pensamiento mágico (la creencia en la posibilidad de desencadenar determinados efectos con la fuerza del pensamiento) que se ha considerado la forma más sencilla de religiosidad, cabría perfectamente en la definición que acabo de dar. El problema es que creer en causas no locales de los fenómenos es algo que permea todas las religiones, lo que lleva a que, por ejemplo, religiosos católicos consideren a las religiones afrobrasileñas como creencias supersticiosas fundadas en el error, negándose a ver que el propio cristianismo cojea del mismo pie de las causas no locales: el poder de la oración, o la capacidad del alma inmaterial para interactuar con el cuerpo humano podrían considerarse creencias supersticiosas de seguir a rajatabla mi definición. Y, por supuestísimo, como nada hay más alejado que los planetas y las estrellas, la astrología cayó inmediatamente en el saco de las creencias supersticiosas que buscan causas lejanísimas para los fenómenos más próximos.
Creo, sin embargo, que la acepción más extendida de superstición no es la que sirve para minusvalorar el fenómeno religioso como un todo, sino que hace referencia a una serie de creencias populares -o incluso individuales- no articuladas y no integradas en ninguna religión organizada, que coexisten de hecho con los cultos más extendidos y normalizados. Son creencias sueltas, de origen desconocido y remotísimo, que las personas separan del resto de sus creencias religiosas integradas, pero que respetan tanto o más que estas, por un temor que podríamos llamar "supersticioso". Parecen restos desperdigados de antiguas religiones paganas desplazadas por las grandes religiones dominantes, o incluso tal vez sean verdaderas creencias primitivas, anteriores a las religiones organizadas, muy arraigadas en la cultura popular.
Ya para terminar, lo que resulta más llamativo es que la física más moderna se ha visto obligada a firmar una tregua con la superstición. La superstición, la causa no local, es algo perfectamente real y normal en el mundo subatómico. La paradoja Einstein-Podolsky-Rosen, que quería plantear un imposible, acabó siendo demostrada experimentalmente en los años 70: entre dos fotones que parten en direcciones divergentes existe un misterioso vínculo inmediato, de manera que, aunque ambas partículas estén separadas por años luz, la modificación de una de las partículas afectará instantáneamente a la otra. Que esto ocurre entre las partículas subatómicas, es un hecho. En cuanto a nuestro mundo y a nuestras vidas cotidianas, solo el tiempo logrará conceder a las supersticiones -como la telepatía- el grado de verdad y de mentira que les corresponde.
Mientras tanto, dejemos a las supersticiones en cuarentena.
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