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cuaderno de religión

Profetas

Profeta Gentileza

Profeta Gentileza

¿Era el Profeta Gentileza un típico loco de gran ciudad, como los cientos, o miles, que pululan por el metro y por las plazas de Nueva York y París? La gran ciudad como una olla a presión, al fuego, con la temperatura y el hervor en ascenso, hasta que la razón salta por los aires, inevitablemente. Y entonces aparece el loco, que vocifera, aúlla, o calla salvajemente. El loco de mirada hostil o perdida. El loco que, tras décadas de contención, se desahoga y desparrama en un grito o en un llanto que dura años. Pero el Profeta Gentileza hablaba bajo y suave, hasta casi sin vocalizar, como para no herir con la pronunciación. No anunciaba el fin del mundo ni el rechinar de dientes, sino que traía un mensaje optimista, una posibilidad de cambio. Atribuía todos los males modernos al sistema capitalista, más o menos como el Papa en su última encíclica, pero con menos palabras. Su solución, su alternativa, es sencilla y difícil, está al alcance de todos y sin embargo nadie se mueve, nadie se la cree, apenas los idiotas y los locos: es el AMORRR, con tres erres. Gentileza no se escuda en complejísimos pensamientos para justificar sus acciones, ni cita a pensadores del siglo XIX, sino que sabe que todo el mundo sabe que lo que importa se dice con unas pocas palabras de transparencia insultante: para cambiar el mundo, basta con ser amable. Y el Profeta sí que tuvo el coraje de dar el paso, y lo dejó todo para ponerse a predicar la amabilidad por las duras calles de Río de Janeiro.

¿Un loco? ¿Un iluso? Tal vez. Por qué no. Con aquella enorme barba asiria y esos ropajes y paneles de Moisés. Con su delirio de grandeza de sentirse elegido por Dios para una gran misión, igual que Cristo, como una reencarnación de Cristo. ¿Loco? Por qué no. Pero era un loco necesario. Era un loco muy esperado. Su locura, su pequeña voz, tuvo un enorme eco en Río de Janeiro, hasta nuestros días: miles de personas de la escuela de samba Grande Rio cantaron su mensaje en el carnaval de 2001, mientras otra emocionante iniciativa civil, bautizada Rio com Gentileza, trabajaba para recuperar las palabras  que el Profeta pintó en 55 pilares de un estratégico viaducto. Y en 2009, trece años después de su muerte, ha rebrotado el recuerdo de José Datrino, el Profeta Gentileza, en forma de camisetas que mucha gente quiere vestir porque incluyen sus palabras fundamentales: “La gentileza genera gentileza”.

 

Padre Cícero

Padre Cícero

En la literatura de cordel del nordeste brasileño, tres personajes históricos destacan con fuerza: el bandolero Lampião, el ex presidente de la República Getulio Vargas, y el Padre Cícero.

Como siempre, lo que importa es la leyenda, el símbolo, la visión mitificada. El personaje real sigue siendo objeto de controversias, y por eso la Iglesia Católica no se decide a santificar oficialmente al "santo" más popular de Brasil.

El padre Cícero (1884-1934) fue un líder político-religioso de la estirpe de Antonio Consejero, el profeta que vertebra la excepcional novela La guerra del fin del mundo, de Vargas Llosa. Llegó joven al poblado de Juazeiro, donde nada había, y lo transformó en una ciudad más importante que Crato, de la que siempre había dependido administrativamente.

La explicación de este formidable desarrollo es el movimiento de peregrinación que llevó a este lugar a un número creciente de personas atraídas por un fenómeno extraño: a partir de 1889, y durante los dos años siguientes, la sagrada forma se transformaba en sangre en la boca de la beata María de Araújo siempre que el Padre Cícero le administraba la eucaristía. Se crearon dos comisiones para estudiar el caso: la primera apoyó la tesis del milagro, pero la segunda se decantó por el fraude, costándole la excomunión al Padre Cícero (tal vez no efectivada) y la reclusión de por vida en un monsterio a María de Araújo.

Aunque en vida nunca dejó de tener una gran influencia política en toda la región del Nordeste, el personaje que llega a nuestros días es el profeta y el santo milagroso, al que se invoca hasta hoy y al que se atribuyen numerosos prodigios incluso después de su muerte.

(http://pt.wikipedia.org/wiki/Padre_C%C3%ADcero)

Los profetas

Los profetas

Considera Mircea Eliade que la contemplación de la bóveda celeste fue una de las primeras formas que tuvo el hombre primitivo de sentirse apabullado ante lo inmenso, y de empezar a darle forma al concepto de lo sagrado.

El caso es que, en contadas ocasiones (muy raras para los individuos, pero frecuentes, al final, para la humanidad), las masas también pueden intuir lo apabullante, lo insondable, lo excesivo, ante una persona concreta. Ante las palabras de una persona concreta.

Son discursos como océanos nocturnos, envolventes, oscuros, inaprensibles, desmedidos, profundísimos, ajenos o enajenados, con diminutas áreas de contacto con las costas de la razón, y de lo razonable. Son discursos anómalos. Discursos-monstruo.

Son las palabras del profeta, del oráculo, del poeta.

Escribe, por ejemplo, Maria Fé Nevares en Literaturas.com en referencia al novedoso autor de Bombardero, el escritor peruano César Gutiérrez:

"Conocer a Cesar Gutiérrez es casi tan espectacular como leer su libro: alucinado, febril, caótico y tremendamente lúcido. A César lo conocí casi gritando sus poemas en un recital de Barranco, donde vivo. Lo encuentro exclusivamente de noche, en estos bares y siempre me sobrecoge la misma cosa de él: No siempre sé de qué esta hablando, pero escucharlo hablar es fascinante, porque todo lo que dice tiene una percusión tan grande que aun si no lo entiendo todo el tiempo, está clarísimo que contiene algo tremendo".